Míseros mortales que, semejantes a las hojas, ya
se hallan florecientes y vigorosos comiendo los
frutos de la tierra, ya se quedan exánimes y mueren.
Los excelsos regalos de los dioses no pueden ser
destruidos con facilidad por los mortales hombres,
ni ceder a sus fuerzas.
Levantado el muro contra la voluntad de los
inmortales dioses, no debía subsistir largo tiempo.
No envidies la riqueza del prójimo.
Las almas generosas son dóciles.
Ni el hombre más bravo puede luchar más allá de
lo que le permiten sus fuerzas.
Los hombres se cansan antes de dormir, de amar,
de cantar y bailar que de hacer la guerra.
Todo hombre sabio ama a la esposa que ha
elegido.
Dejemos que el pasado sea el pasado.
¿Quién osó luchar con los dioses, y quién con el
Único? Es hermoso ser un discípulo de Homero, aunque
sea el último.
Nada hay tan dulce como la patria y los padres
propios, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana
la mansión más opulenta.
El genio se descubre en la fortuna adversa; en
la prosperidad se oculta.
La fortuna es como un vestido: muy holgado nos
embaraza, y muy estrecho nos oprime.
La juventud tiene el genio vivo y el juicio
débil.
Cual la generación de las hojas, así la de los
hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo, y
la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la
primavera: de igual suerte, una generación humana
nace y otra perece.
Odioso para mí, como las puertas del Hades, es
el hombre que oculta una cosa en su seno y dice
otra.